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Una exposición hermosa o Kassel en el año 2007
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Año 2007, 3
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Una exposición hermosa o Kassel en el año 2007

Revista Umělec 2007/3

01.03.2007

Marek Pokorný | Teoría | en cs de es

Como muestra mundial del arte contemporáneo, la documenta de Kassel cuenta con dos ventajas ingentes, cuando menos comparando con otras exposiciones periódicas de talla y alcance similares. Por una parte, los cinco años que siempre transcurren entre las ediciones proporcionan suficiente tiempo para un respiro, indagaciones y reflexión; por otra, la atención del público, de la crítica y también de los comisarios seleccionados se centra en las noticias relativas a los movimientos en la escena plástica universal o los problemas clave tal como ellos los disciernen. Por experiencia propia conozco las últimas tres ediciones de documenta, las anteriores a través de catálogos y literatura secundaria. Hasta estas fechas siempre me marché de Kassel con el sentimiento de haber visto mucho, haber aprendido mucho y que mucho me queda por aprender.
No me caía bien del todo la fría postura académica de la francesa Cathrin David en su —a todas luces— grandioso reconocimiento del arte en el contexto de la globalización que adolecía de un solo defecto, a saber, la falta de reflexión respecto de las condiciones en las que habla del compromiso del arte con los problemas políticos, sociales y económicos del mundo, pero eso —en principio y como hecho comprobado desde la década del 80 del siglo pasado— es algo que no logran ni podrán lograr muestras como la comentada.
El africano Okwui Enwezor propuso un panorama más amplio, referido al arte del mundo entero con un conocimiento íntimo que nunca podrá alcanzar la mirada europea, debido a su hiperdeterminación por los problemas metodológicos propios; sin embargo, el planteamiento discursivo propuesto fue más amplio que el de David (la filosofía política, la sociología, las teorías críticas, el feminismo acentuaron de forma perfectamente comprensible y legítima las reflexiones relativas al poscolonialismo etc.). Por eso entiendo el montaje actual de la documenta por Roger N. Bruegel y Ruth Noack como una respuesta relativamente lógica que subraya las cualidades estéticas de la obra del arte y propone que se tome en consideración que las preferencias personales y la confianza del comisario respecto de un determinado tipo de enunciado pueden —incluso hoy— estar en su lugar a la hora de prepararse una muestra tan grande y que tanta expectación suscita.
Hace siete años publiqué en la revista Detail bajo el título …que no comprendemos una reseña de la exposición Cosas que no comprendemos preparada en Viena para la Generalli Foundation por los comisarios de la documenta. Proyecto caracterizado ya en aquel momento por el tema de la autonomía estética en condiciones que centran la atención en la posición política actual de la obra de arte.
La convicción benjaminiano—postadorniana de Bruegel y Noack según la cual mantener la distancia entre el arte y la política, por mucho que se intente, nunca dejará de ser un hecho político, me cogió desprevenido pero, como puede comprobarse en mi texto, no me impidió disfrutar de la muestra. Tal vez en aquel momento no entendí cabalmente este planteamiento, pero si confrontamos mecánicamente los conceptos de Cathrin David, Okwui Enwenzor y Roger N. Bruegel y Ruth Noack, se evidencia mejor la legitimidad de la postura de los autores de la documenta actual. La politización del arte llevó al centro de la atención aquello a lo que el arte muchas veces se refiere a través de un medio políticamente tematizado. Sin embargo, lo político en la obra de arte en tanto que política o acción política queda neutralizado por la política misma, por cuanto lo único que resta es tratar de restablecer y mantener la distancia con lo que podríamos llamar “autonomía estética”, puesto que precisamente ese intervalo es lo que renueva o preserva el carácter político del arte. Esta interpretación podrá parecer un tanto simplificada pero precisamente lo que no comprendemos puede ser fuente de dudas, acción, compromiso, interés, política. Al tiempo que redime la obra de arte.
Si echamos una mirada a la exposición de la Bienal de Venecia de este año, llamada por Robert Storr Sentir con la mente, pensar con los sentidos, resultará obvia la perentoriedad de la duodécima edición de documenta. Si en Venecia no dejaba de preguntarme, por qué todos esos artistas comprometidos no se irán a socorrer a los hambrientos, a ayudar en una residencia de ancianos o a desempeñarse a pleno rendimiento como asistentes sociales en los guetos, en Kassel tuve que reflexionar sobre lo que con tanta insistencia intentan de transmitirme sobre el mundo contemporáneo, a qué me instan sus trabajos y a qué, por Dios, se debe que sean tan perentorios.
La duodécima documenta es una muestra magnífica, montada con excepcional sensibilidad que enlaza una obra con la otra sin que lleguen a rebatirse recíprocamente. El ritmo, la posibilidad de concentrarse pero también de abarcar las correlaciones (muchas veces establecidas intuitivamente, pero siempre reforzando las afinidades y la individualidad de las obras exhibidas), todo ello fue una experiencia excepcional. Hace tiempo que no había experimentado algo similar en la plástica. El círculo de autores exhibidos que casi siempre es blanco de críticas, no me desconcertó. Otros procederían de otra forma. Lo importante es que no haya encontrado una sola cosa floja. ¿Y que tal vez haya, para algunos, mucho de Gerwald Rockenschraub o Peter Friedel? Qué más da. No se buscaba la proporción sino el mensaje. Y éste es evidente sin que las obras tengan que supeditársele y no restringe la individualidad de los trabajos mostrados. Pero volveré al argumento de la ausencia de una serie de autores en la muestra o que en el caso de otros hay demasiado. Robert N. Bruegel comentó en alguna ocasión que la capacidad de cada cual tiene inevitables límites y que conoce sólo algunas cosas del conjunto del arte mundial. Y conoce bien sólo algo de esa parte. El trasfondo ponderado de la opción constituye una base que merece confianza y una exposición no es un rompecabezas o un crucigrama.
Respecto de la documenta (2002) de Enwenzor no advertí en el ambiente checo ningún intento serio de reflexión acerca del conjunto, mientras que en la décima documenta de Cathrin David (1997) el bohemista Jakub Vojvodík intentó saldar las cuentas del arte contemporáneo, basándose en las tesis de Hans Sedlmayer, personaje de la historia del arte alemana que tuvo la mala suerte de enredarse con los nazis y cuyo libro Pérdida del centro es lo último que pueda ofrecernos un punto de apoyo positivo en el empeño de comprender el arte de los últimos ciento cincuenta años. En el momento de la culminación de tendencias conservadoras en la sociedad checa, esta crítica resultaba sintomática, no siendo menos característico que nadie levantara la voz para contestarle.
En lo que toca a esta última edición de documenta, sólo he podido localizar dos voces marginales, pero ambas no parecen menos típicas. Jan H. Vitvar ofreció en el semanario Respekt un muestrario de su perplejidad a la hora de valorar un proyecto tan exigente. Sin embargo, su texto por lo menos tuvo la utilidad de recordar la historia de la exposición, señalando con escaso sentido de proporción la presencia de tres plásticos checos (algo que de por sí debería figurar en la uno de los diarios y, en una sociedad de nivel de cultura estándar, tal vez llegarían a publicarse entrevistas con Běla Kolářová, Jiří Kovanda y Kateřina Šedá incluso en la prensa sensacionalista). El autor omitió indicar que especialmente Běla Kolářová tuvo vecinas extraordinarias (Mary Kelly y Zoe Leonard, por nombrar algunas) y que el modo de presentación de sus trabajos fue todo lo impactante que pudo ser, sin embargo se extendió sobre las dificultades de Kateřina Šedá relativas a la financiación de su proyecto. Habrá entendido mal a la autora o no sabe nada respecto de cómo funcionan las cosas en otras muestras. Šedá luchó denodadamente (sin conocer las reglas del juego) y triunfó. En otro lugar nadie le haría caso. Insinuar que la documenta y sus responsables practican algo que se parezca a alguna forma de prepotencia comisarial es, lo menos que decirse puede, improcedente. El espantajo en forma de comisario de exposición, confeccionado por la crítica checa por motivos que me parecen un misterio cada vez más impenetrable, vive su vida propia y se aparece principalmente a aquellos que nunca se han visto enfrentados a la realidad del funcionamiento del mundo del arte en otro lugar que en Chequia o, tal vez, cuando se miran en el espejo. Un ejemplo más de la reacción habitual en el país es el suspiro en la inevitable circular electrónica del italiano Gian-Carlo Politi quien no pudo resistirse a dar un rozón al “menospreciado artista vienés” que tuvo a cargo esta edición de documenta. Sí, he visto la Praguebiennale 3 en Karlín.



El autor es director de Moravská galerie en Brno






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