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Al este del Edén: Corea del Norte
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Año 2007, 4
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Al este del Edén: Corea del Norte

Revista Umělec 2007/4

01.04.2007

Konstantin Rubahin | Crónica | en cs de es

Todo empezó cuando sentí una urgente necesidad de ir a Paris. Mi agencia favorita no pudo tramitar el visado en tres días, por lo que llamé al periodista Misha Kukushkin, un viajero experto, y le pedí consejo. Al día siguiente partía hacia Corea del Norte y me pidió que le acompañara.

Una persona que no esté acostumbrada a tratar con los norcoreanos no entenderá que cuando le dicen, por ejemplo, que le enseñarán el mar mañana, lo que quieren decir es que no debería ir allí en absoluto. Son gente buena, aunque impredecible. El oficial que escoltaba nuestro grupo era muy simpático; Sin embargo, de camino al aeropuerto me dijo tristemente: “Queríamos enseñarte lo bonito que era nuestro país, pero tan sólo fotografiabas nuestros desperfectos, la pobreza y la suciedad. Tendré que pedirle a los colegas de la aduana que te requisen la cámara.” Escondí todas las memorias USB con las fotos y fingí tranquilidad absoluta, me daba más pena perder mil y medio fotografías que la cámara misma. Una vez en el aeropuerto, el compañero Cheng me pidió una “ayuda humanitaria”, le di 10 euros (un salario mensual para él) y pensé que era un buen truco de beneficios múltiples. Entonces sí me atreví a fotografiar la fachada del aeropuerto.

El avión
“El compañero Kim Jong Il se encargará personalmente de que les vaya bien en su viaje”, es lo primero que oímos al abordar el avión en lugar de los mensajes usuales sobre seguridad. La declaración es casi cierta ya que Kim Jong Il organiza personalmente varios vuelos gratuitos desde Rusia para enseñar a los extranjeros el triunfo del pensamiento Juche, el fundamento ideológico del comunismo norcoreano, basado en la idea de que uno puede lograr todo a través del trabajo.

El teléfono
Al llegar a Corea del Norte los que no lo sabían se enteran de que los teléfonos móviles están prohibidos. El mío lo dejé en casa y lo añoré terriblemente durante la hora y media que duró el camino al aeropuerto Sheremétievo de Moscú. Algunos dejan los teléfonos en la aduana. Los más valientes los esconden y luego llaman a los suyos desde la frontera surcoreana y susurran: “Estoy bien, esto es una mierda. No puedo comer nada. Hasta pronto.”

El mausoleo
El mausoleo de Pyongyang es diez veces más grande que el de Moscú. La cola para entrar es casi igual de larga que la del mausoleo de Lenin en los tiempos soviéticos durante fiestas patrias; Sin embargo, es más organizada: los visitantes entran por la puerta lateral, al bajar de un tranvía especial van por una cinta transportadora hacia un detector de metales, el aparato de rayos X y un analizador de gases. La preparación para la adoración al gran caudillo, el mejor hombre del siglo XX y el sol de toda la humanidad progresiva, el compañero Kim Il Sung, ocupa algo así como una hora y media. Hay que inclinarse tres veces: una vez al acercarse a sus pies, la segunda al llegar a su lado derecho, y la última al llegar a su lado izquierdo. Además, las damas deben llorar al llegar al ataúd. Las ancianas, coetáneas y compañeras de armas del gran Kim Il Sung lloraban a viva voz. Nuestra guía produjo un par de hipos simbólicos y acercó el pañuelo a los ojos.
En esta sala se escucha una música solemne y los forzados sollozos, en la siguiente los guías lloran desconsoladamente. Unas grabaciones profesionales recitan las traducciones del discurso funerario: “... las lagrimas de todo el pueblo fundían la piedra al caer y se convertían ellas mismas en piedra al quedarse para siempre aquí, donde toda la humanidad progresiva, todo el mundo se despedía del gran caudillo, compañero Kim Il Sung.” Unas damas norcoreanas vestidas de luto que trabajan aquí, no se si de guías o de plañideras, lloran desgarradamente y a todo volumen agitando los brazos con un gesto propio del teatro kabuki. Nunca había oído sollozos tan desesperados, multiplicados en las bóvedas de mármol.

La tesorería
El Museo de los Regalos aparenta ser un fuerte armado, listo para cualquier ataque enemigo. Pasillos kilométricos excavados en la montaña asimilan un túnel de metro sin trenes o pasajeros. La altura del techo es de unos diez metros, cubiertos del piso al techo con ostentoso mármol.

Hay puertas por todas partes, una de cada cincuenta se abre en pasillos eternos que se entrecruzan cual laberintos. El museo subterráneo aparenta austeridad desde el exterior: dos pequeñas pagodas camuflan las entradas.
En cuanto a los regalos, hay de todo, desde águilas de oro y coches regalados por Stalin hasta ordenadores Apple, un juego de botellas de vodka, regalo del partido comunista de Rusia y una escopeta obsequiada por Putin. A un lado estaba el vagón en el que viajaba Kim Il Sung.

Los militares
Esta prohibido sacar fotos a los militares, aunque existen algunos especiales, con los que incluso es recomendable fotografiarse. Según dicen, el ejército es fuerte y esta preparado para la respuesta inmediata, si atacaran Corea del Sur la victoria “sería rotunda.” Se ven muchas oficiales reguladoras del tráfico. Se mueven como robots, marcando posturas que permiten circular a unos y detener a otros. Las carreteras son de ocho carriles y hay un par de autos por kilómetro. Un sueño para los conductores, aunque sean sumamente escasos.

Las compras
A lo extranjeros sólo nos llevan a tiendas especiales. El dinero coreano se lleva de recuerdo ya que aquí se cobra en euros. Se venden grabadoras Sony, serpientes en vodka, cerveza, bordados, tapices y gingseng, el producto más requerido por los turistas.

La comida
Si percibe un olor similar al de un pañal usado y remojado en vinagre, es que le están llevando a un restaurante norcoreano. No tenga miedo de que le den carne de perro, tenga miedo de quedarse sin comer. Viajeros expertos saben que en la cocina norcoreana la carne suele asarse en un brasero que se pone directamente en la mesa. Entonces, estábamos asando trocitos de carne de origen desconocido en un brasero tibio, los más quisquillosos se preguntaban por el origen de la carne por lo que preguntamos en ruso a una chica simpática sobre el origen de la carne, “Coman sin miedo, no es perro, es gusano,” respondió. Vaya, debe ser un gusano especial que se cría como res pues los trozos son grandes y rojos. Preguntamos otra vez a otra chica igual de simpática (puede que sea la misma), la respuesta se repitió. Pedimos más explicaciones. La chica nos mostró unos platos en donde había un ganso dibujado, “Este es el gusano” nos dice. Luego nos dimos cuenta de que aquel había sido el plato más digerible que tuvimos en Corea del Norte. Aún no lo sabíamos.
Una comida solía consistir en un caldo ácido y frío acompañado de un flacucho pez frito, cerveza, arroz sin sal, aceite ni especias, kim chi frío y picante (una especie de col fermentada que constituye un platillo fundamental de la comida norcoreana), y un trocito dulce de arroz con almidón y salchichón. Es asombroso, pero nadie tuvo problemas digestivos. Durante el viaje encontramos un total de siete cucarachas en estos manjares. Resumiendo, la comida en Corea del Norte es el inconveniente más importante después de la falta de libertad.

Las masas
En Corea del Norte hay que frecuentar las manifestaciones ya que hay cientos de sitios destinados para fervores patrióticos: desde el complejo funerario en Pyongyang hasta los monumentos de Kim Il Sung que abundan en cada poblado.
Norcoreanos inspirados por las ideas Juche se reúnen en grupos de tres a cinco personas que llevan flores a los monumentos. A veces se ven también padres con hijos, pioneros y demás. Según dice el compañero Cheng, mucha gente va por iniciativa propia.
Las masas en Corea son muy organizadas: además de las manifestaciones hay ensayos de desfiles, bailes de estudiantes, procesiones de pioneros, trabajos colectivos gratuitos los sábados y enigmáticas reuniones de jóvenes con aspecto de estudiantes que se sentaban en cuclillas en parques. No sería raro si hablaran, lo curioso era que permanecían callados, sus mochilas estaban a un lado en filas cubiertas de largas tiras de tela blanca. “Compañero Cheng, ¿qué están haciendo?” “Están esperando a sus amigos.” Una respuesta definitiva que me supo a budismo zen.
La actividad para la que fuimos invitados a Corea se llama Ararán. En un estadio con 140 000 plazas se desarrolla una representación escénica con 100 000 actores. Una multitud de pequeños coreanos situados en la tribuna contraria a la nuestra agita tablas de colores. Las tablas forman una especie de pintura patriótica que varía de acuerdo con las necesidades de la función. En el escenario se desarrolla una obra cuyo mensaje es lo bien que se vive en Corea del Norte y lo mal que está que los vecinos del sur aún no hayan llegado a tal bienestar. Pero pronto las dos Coreas se van a unir y llegará la felicidad. Para explicar esta idea actúan niños gimnastas, mujeres oficiales, paracaidistas que saltan de una altura más bien baja. Hay muchos fuegos artificiales, las filas de participantes, muy rectas, representan figuras geométricas que se transforman como si fuera un enorme salvapantallas.
El compañero Kim decretó que cada ciudadano norcoreano debe ver el Ararán. Creo que lo hacen todos los domingos. Así que no se aburren.



Todas las fotografías usadas en este artículo fueron donadas por el autor,
Konstantin Rubahin




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