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¿De verdad existe un mercado?
Revista Umělec
Año 2007, 3
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¿De verdad existe un mercado?

Revista Umělec 2007/3

01.03.2007

Spunk Seipel | Crítica | en cs de es

Los medios están llenos de noticias cada vez más sensacionales de récords alcanzados en subastas. Por todas partes se abren nuevas galerías. Hay un número incontable de ferias de arte. Asesores y agencias ayudan a los nuevos coleccionistas. No hay duda: el mercado del arte florece ¿Pero representa el arte en realidad una inversión blindada contra las crisis económicas, como se nos promete a todos? ¿o es más bien una de las más voraces máquinas depredadoras de dinero de las últimas décadas?
Seguro. Por un lado existen historias exitosas como las de Neo Rauch o Matthias Weischer, por ejemplo, cuyas obras en pocos años multiplicaron muchas veces su valor. Hay ahí niveles de ganancia que serían utópicos en otros sectores de la economía, y que no se podrían alcanzar por medios legales.
¿Pero es posible que cualquier cuadro se revalorice de modo automático? ¿Es el mercado de arte, en últimas, algo diferente a un juego privado en el que participan apenas un puñado de artistas? Cuando se aplica la lupa al mercado de arte y se lo mira de un modo más preciso, pareciera haber allí más perdedores que ganadores. Y en el mercado de arte son más quienes nunca recuperan su inversión que los ganadores. Sobre eso, sin embargo, no se habla, pues nadie quiere cargar con la imagen de quien ha apostado al caballo falso, es decir, de quien ha coleccionado obras de los artistas incorrectos. Y de ese modo circulan nada más que historias exitosas, pues de ellas viven no sólo los marchantes, sino también los artistas y, en últimas, los críticos.
Sin embargo, cuando usted trata de vender esta o aquella obra de arte que compró hace diez años en galerías de jóvenes artistas, termina dándose cuenta de que no existe ya ninguna demanda para esas obras. Es como si intentara vender papas podridas. Y no estamos hablando aquí de artistas que hicieron algunas pocas exposiciones en galerías de tercera categoría y después se dedicaron a otro oficio, sino de artistas que participaron y participan en exposiciones conocidas, y cuyas obras no solamente se conservan en los depósitos de los museos, sino que además se las expone en ellos, pero que a pesar de todo nunca han logrado convertirse en superestrellas internacionales. Muchos coleccionistas, durante un cierto tiempo, compraron con gusto esas obras, pues ellas no sólo mejoraban la imagen de sus colecciones, como jóvenes y dinámicas: también se veía entonces a esos artistas como futuras superestrellas.
Valía la pena invertir, pues el riesgo era calculable, y muy altas las posibilidades de inmensos aumentos de valor. Con el tiempo, sin embargo, el interés se disipaba, cuando la gente comenzaba a invertir en nuevos artistas, más jóvenes.
Dos ejemplos conocidos, y algunos de los pocos artistas que admiten su fracaso en el mercado, son en Alemania: Gerhard Merz y Ullrich Meister. Este último se dio a conocer con su participación en el Documenta 1992 y en numerosas exposiciones posteriores en importantes museos; el otro mostró su deslumbrante instalación luminosa en el pabellón alemán de la Bienal de Venecia 1997. Es decir, que se trata de prominentes artistas, cuyas obras son apreciadas y gozan de un reconocimiento general. Pero sus trabajos probaron ser demasiado voluminosos como para generar una verdadera demanda. Los coleccionistas que compraron obras de esos artistas en sus mejores momentos, no consiguen ahora nadie a quien venderle esas obras. En las casas de subasta se levantan las manos con cansancio, las galerías de entonces no existen ya, no tienen ahora relación con esos artistas o se niegan a readquirir “obras juveniles” de los mismos.
¿Qué resta, entonces? ¿Subastas en la red? No es ese un lugar para arte realmente caro, incluso cuando se trata de obras que “solamente” cuestan unos 10.000 euros. ¿Anuncios de prensa? Ilusiones inútiles ¿quién quiere comprometer su dinero en obras de artistas que hoy acaso si alguien recuerda?
Tal vez puedan los bisnietos, pasados cien años, vender esas obras como antigüedades. Pero incluso para eso lucen muy malas las probabilidades, pues ¿quién va entonces a reconocer un montón de lámparas de neón como arte de alto valor?
En resumen, que toda esta historia de glorias y ganancias en el mercado del arte se reduce a rumores acerca de unos pocos casos de éxito. El mercado es un juego de azar. Uno simplemente compra la mayor cantidad que puede a los precios más bajos posibles y se queda esperando que cualquiera de las obras adquiridas se revalorice lo suficiente como para compensar la pérdida del resto. En el mercado de acciones y pensiones, como en el inmobiliario, se hace por lo general una inversión menos riesgosa.
Esto significa que le resta al coleccionista únicamente una cosa: la esperanza de que un día ocurra el redescubrimiento del artista. De otro modo sólo le queda guardar la obra en el ático o, en caso de que aún guste, dejarla colgada en la sala. El coleccionista recuerda que ahí cuelgan 20.000 euros, al menos en teoría, pero aparte de la oficina de impuestos nadie más tiene interés en eso. La verdad es que con ese dinero se hubiera podido hacer alguna otra cosa mejor. Pero ese es un pensamiento profano, que no cabe proferir en voz alta en los círculos artísticos.
¿Una conclusión y alguna lección para el futuro? Invierta únicamente en valores seguros. La mayoría de grandes coleccionistas lo hace también, y esto lleva a la conocida monotonía en el mercado del arte y en las grandes colecciones, pero uno puede estar seguro, con los grandes artistas, de que podrá salir otra vez de sus obras, de alguna manera. O se olvida uno de la gran palabrería sobre el dinero, y del ajetreo del mercado, y simplemente compra lo que a uno le gusta. Para el arte, tal vez, es esta la mejor opción.











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