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Año 2007, 3
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Revista Umělec 2007/3

01.03.2007

Marisol Rodríguez | landscape | en cs de es

En los años 50, Andy Warhol hizo colapsar el discurso de las vanguardias al encontrar en cualquier ámbito un objeto o tema sujeto a la interpretación artística, misma que llevó a cabo a través de técnicas propias de la reproducción masiva como la serigrafía.
Para Warhol el arte no afectaba a la vida, era la vida la que era en sí misma un arte del que solo bastaba rescatar momentos para significar y resignificar experiencias completas de la cotidianeidad.
Es inevitable para la que escribe, quien vive en la Ciudad de México, pensar en Warhol cuando cada mañana se encuentra con las primeras planas de los periódicos que casi escurren sangre al presentar a al menos un ejecutado, un decapitado o tal vez, como en el periódico de ayer, fotografías de un niño muerto a golpes y mordidas por su madre adolescente.
La violencia en el arte no es un tema del que se haya escrito poco; Sin embargo, esto se ha hecho desde un punto que se basa casi en un –pensaban los teóricos, obsoleto- paradigma de la profundidad que busca estetizar la vida.
Las fotografías tomadas por los periodistas gráficos de la ciudad, ¿Tienen validez artística?, si no, ¿Por qué no?, Cómo es que existen en exhibición alrededor del mundo ilustraciones, pinturas y piezas de video que se refieren a la violencia de una forma artificial, y por otro lado no es artística –y políticamente- correcto hacer una exhibición que celebre, por ejemplo, décadas de periodismo gráfico de La Prensa, el periódico amarillista por excelencia.
En los últimos años se ha dado en este país una búsqueda más bien superflua de aquello que define nuestra identidad. Se han adoptado modas que tratan de “rescatar” las “costumbres y tradiciones” indígenas y populares al despojarlas de su significado y recontextualizarlas en costosos diseños textiles o industriales que son comercializados bajo la apuesta de fomentar el consumo de originales productos nacionales que además de enaltecer nuestro nombre en los concursos, promueven la creación de trabajos en apartadas comunidades.
No obstante, valdría la pena reevaluar si realmente esa riqueza cultural, esa aparente paz y armonía entre pueblos tan diversos nos define actualmente como país. ¿No será que la violencia, la corrupción y los más terribles crímenes cometidos por sociedad y gobierno son una más honesta tarjeta de presentación? ¿No será que es mas valioso presentar la realidad propia, tal y como es, que voltear a otras latitudes más cosmopolitas para disfrazarla de un estilo internacional, deslavado de toda su crudeza original?.
La primera opción podría resultar en un ejercicio de reflexión, tal vez incluso de participación ciudadana en el que nos confrontáramos con nosotros mismos, a través de la peor parte de nuestra identidad, lo peor de nuestra realidad. Tristemente, no se ven claros los beneficios de mercado que esto podría traer a artistas y galeristas, así que, sigamos regodeándonos en nuestra acaramelada sociedad y sus productos “culturales”, su internacionalidad y su tan conveniente ambigüedad.




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