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Año 2005, 3
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Revista Umělec 2005/3

01.03.2005

Travis Jeppesen | Teoría | en cs de es

TEXTground
Comisario de la exposición: Cosmin Costinas
Galería Display,
28. 4.–17. 5. 2005


Lo primero que se puede encontrar al entrar en la galería son las palabras que Mircea Cantor ha escrito con spray naranja de neón en la pared posterior:

FRAGMENTOS DE LA MEMORIA COLECTIVA+
REALIDAD DIVERSIFICADA
COMPRENSIÓN ESPECULATIVA
INFUSIÓN DISCIPLINARIA
ASOCIACIÓN SISTEMÁTICA
MODELOS CONFIRMADOS=?

Un inmenso bloque de pintura azul cubre la pared a la izquierda de la entrada. Cuando se acerca una llama a la pintura, esta se desvanece y aparece un fragmento de un texto escrito a mano, aunque no es posible leerlo del todo. Sin embargo de eso va el tema. La autora, Gabriela Vanga, simplemente no nos permite leerlo en su totalidad del mismo modo como en la vida no somos capaces de captar toda la imagen de una sola vez. Más bien se trata de un acertijo que hay que solucionar para desentrañar su verdadero acertijo (o mejor dicho, para finalmente constatar que el sentido es el propio acertijo).
Resulta difícil comprender hasta qué punto es complejo este proceso desde el principio hasta el fin. La creación de cualquier obra de arte, necesariamente precisa que el artista la extienda de un inmenso vacío (o que accidentalmente lo creamos) y deseemos llenarlo. Esto trae consigo una enorme motivación para el resultado final que solo es comprensible para un par de personas. Cuando finalmente el artista presenta su proyecto, mucha gente pensará que está loco. Probablemente el propio artista acabe por plantearse el estado de su propia salud mental. De otro modo (lo que, seguramente, es peor aún) será simplemente ignorado y sus esfuerzos para expresar el milagro banal se verán cubiertos por la sombra del desinterés de una multitud ignorante y con falta de ingenio.
Esto es sólo un croquis general de las trampas más evidentes que encierra la profesión de artista. Añádanle a esto los diferentes retos conferidos al artista por su posición geocultural, como el hecho de vivir y trabajar en las condiciones propias de la Europa poscomunista, en este caso en Rumanía , y poco a poco comprenderán mejor la sensación de desesperanza que transmite esta obra. Hasta hace relativamente poco tiempo la palabra depresión estaba presente en las discusiones de arte contemporáneo tan a menudo que uno empezaba a decirse “parece que nada es posible más allá de la depresión.”
Ioanna Nemes documentó en su proyecto su propia depresión en octubre del 2004. La obra se compone de dos tablas. La primera reflejaba mediante un código de colores los niveles de energía física, energía emocional, intelecto, ingresos y felicidad de cada uno de los días. El intelecto alcanza las puntuaciones más altas, mientras que las demás categorías quedan cercanas al cero o con puntuaciones negativas. El nivel de felicidad tiene la puntuación más constante y raramente se mueve por arriba o por debajo de cero. La energía emocional empieza en la puntuación más baja, -7, y progresivamente a lo largo del mes aumenta hasta que cae de repente y a final de mes queda entre -3 y -4.
La segunda tabla representa un calendario donde quedan registradas las actividades de cada día del mes, tras las cuales aparecen los símbolos (+), (-) o (=), que representan la valoración final del día. El día ocho de octubre la artista apunta: “he comprobado lo miserable que me soy”, lo cual marcó con un (=). Al día siguiente estaba “perdida en su propia incapacidad de comprender lo que sea”, lo que merece un (-). El día tres trajo consigo “estado de ánimo depresivo + rabia + odio hacia las actitudes comunistas (-)”, mientras que en los mejores días (+) se encuentran acontecimientos como “conversación superficial con gente en una inauguración” o “he vendido un libro para poder ir a ver a Nicole Kidman y Gael García Bernal”, evidentemente al cine.
La instalación Lo-fi de Ciprian Muresan se compone de tres partes. En primer lugar hay una fotografía de unas puertas agujereadas con clavos. Después viene un breve y críptico texto en el que se explica la costumbre del padre, probablemente el del artista, de castigar obligándolo a su hijo a clavar en la puerta un clavo cada vez que se portaba mal. Cuando el hijo crece, el padre desclava un clavo por cada buena acción de su hijo. En el siguiente apartado se muestra como el padre vuelve a casa con las manos vendadas dos semanas después de la revolución rumana de 1989. “Hasta hoy se mantiene el hecho que para Ciprian nunca quedó claro lo que ocurrió con su padre en esos días de sufrimiento histórico.” La tercera parte se componía de fotografías en blanco y negro de las manos.
El comisario Cosmin Costinas realizó un buen trabajo cuando unió estas cuatro meditaciones textuales sobre el estado de desesperación en el que se encuentra el arte de Rumania contemporánea. Es notable hasta qué punto cada una de estas obras es capaz de funcionar por sí mismo, y a la vez de entrar en diálogo la una con la otra, y de este modo crear de un modo muy efectivo una síntesis entre lo privado intelectual y lo público-político. El fragmento narrativo de Muresan fue lo bastante enigmático como para quedar marcado en nuestra imaginación hasta un buen tiempo después de abandonar la galería, y su efecto fue prolongado por el mismo sentimiento de amarga reflexión y de desesperación oculta que se desprendía de los datos del autoexamen de Nemes. El texto de Cantor se podría leer tal y como es, pero también como un compendio exacto de todo lo demás que se podía ver en la exposición, mientras que Vanga estaba allí para recordarnos que las pintadas en los muros son siempre en parte indescifrables.




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