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El fuego más antiguo de PoloniaRevista Umělec 2005/301.03.2005 Jiří Ptáček | Polonia | en cs de es |
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Cuando vi por vez primera el reloj digital montado por el polaco Janek Simon, se me ocurrió que debía de tener una sólida razón para no bajar a comprarse uno. Y es que Simon nació en 1977 y pasó su infancia en el real socialismo, así que seguramente no pueda olvidar su trauma infantil.
Los relojes digitales constituían un objeto de culto para los niños polacos, al igual que para los de Checoslovaquia o los de la Unión Soviética. Los adoraban como algo inaccesible y determinaban una jerarquía dentro de las sociedades infantiles. Del mismo modo que el cubo de Rubik, la grabadora de video o las colecciones de latas de refrescos. Pero además Janek Simon me advirtió que tras sus relojes hay aún algo más. No son sólo reminiscencias de unos tiempos en que el socialismo soñaba con un mundo de consumo, sino también una expresión política de la actualidad. Las instrucciones para hacerse un reloj las encontró poco a poco en internet. Procedió como los horticultores que en las Bahamas se proponen hacer un invernadero con pinos enanos de la tundra siberiana, o como los extremistas islámicos cuando aprenden como conseguir el máximo de fuerza explosiva con el mínimo de materia prima comúnmente accesible. Los relojes de Simon, no son pues únicamente un recuerdo ameno. Son un ejemplo de los actuales accesos a la información, que pueden aprovecharse para la autorrealización. A su manera, sintetizan todo lo que el artista cracoviano de 28 años introduce en sus obras: la imaginación y la memoria de su generación, su actualidad “polaca”, la participación en acontecimientos globales, la política. Nos lo traduce como un examen de aquello que nos caracteriza. El mundo nos exige récords Rendimiento, récord, resultado excepcional... son los motores de la civilización. El índice de la bolsa y del PIB sirven como las pruebas más concluyentes del crecimiento o de la quiebra de una sociedad. La lentitud, la deficiencia y la mediocridad han sido relegadas al submundo de la introspección personal. Sólo los que hayan alcanzado ciertos récords (y de hecho da igual en qué disciplina) tienen alguna posibilidad de llamar la atención sobre ellos. El mundo se divide en los que son excepcionales y los que quedan por detrás. Al segundo grupo le queda identificarse con los plusmarquistas y vivir con ellos la calurosa sensación del éxito. “Voy por la plata”, dijo el atleta checo de decatlón Roman Šebrle antes del campeonato mundial de atletismo, y los corazones de miles de patriotas nacionales se estremecieron. Janek Simon enfoca este embrollo irracional con la tentación irónica de reutilizarlo. En uno de sus vídeos, deja al saltador de esquí polaco Adam Malysz volando indefinidamente en el aire. En muchos de nosotros eso despierta un inesperado interés y solidaridad. Es la sensación de tensión que conoce cualquiera que alguna vez haya seguido con interés una competición deportiva. La vivencia del instante en que aún no se sabe si el gimnasta confirmará su excepcionalidad y en que involuntariamente se nos agitan los músculos y los meñiques de los pies sufren un calambre. Pero no se muestra la relajación “final” y la tensión retrocede de una manera bastante insólita: se pierde el interés. El parásito de la autopresentación En otro trabajo llamado El fuego más antiguo de Polonia, Simon se encargó de otro récord nacional. Un corte geológico en diversas capas es colocado en una pequeña caja de plexiglás. De la tierra sube humo. La obra está acompañada de fotografías documentales con cúmulos humeantes no lejos de Nowa Ruda. Hace años comenzó a quemarse allí la mina, y el incendio nunca fue extinguido por completo. Aunque cubrieron la mina con tierra, el humo aún hoy sigue saliendo, y los cúmulos, que parecen un simulacro del paisaje islandés en la frontera polaco-checa, se convirtieron en una solicitada atracción turística. Con este trabajo, Simon se convirtió en un artista que aumentó su propio atractivo por medio del interés hacia algo que en el fondo no tiene nada que ver con él. Me recuerda a un músico austríaco que no hace mucho me contó su historia. El acontecimiento cumbre de su carrera no había sido la música, sino un breve periodo en que había enseñado inglés al joven culturista Arnold Schwarzenegger. Janek Simon, dentro de su concepción irónica, se inscribe en un parasitismo parecido. En 2004, Simon participó en el proyecto Re:location. Durante varios años lo organizó el Casino Luxembourg y en su curso se efectuaron exposiciones temáticas, tanto en Europa Occidental como en Europa Oriental. Los artistas establecían contactos e investigaban desde diversas perspectivas el desplazamiento y sus límites. El acto de clausura fue una exposición colectiva con los resultados del taller de varias semanas en el Casino Luxembourg, en el que participó también Janek Simon. Trajo la maqueta de una galería, y en todas las salas de ésta instaló su retrospectiva. Mientras los demás presentaban un solo proyecto, él consiguió mostrarlo “todo en uno”. Janek Simon no estudió arte, sino sociología y psicología. Y ahora que se dedica al arte, investiga rasgos de nosotros mismos que generalmente no nos gusta reconocer. El afán de visualización, pero también el mediocre icono de la “individualidad”. Pertenece a la generación de jóvenes artistas que se dan perfecta cuenta de cómo hay que aprovechar los aspectos concretos y locales para, por medio de ellos, descubrir una fórmula más universal de comportamiento según la cual procedemos, y que influye en nosotros. Su postura irónica se refiere a sí mismo, y anuncia abiertamente su propio anhelo de autopresentarse. El mundo del récord y de lo nunca visto en el arte resulta tan fuera de lugar que crea un récord propio. En la galeria Hit de Bratislava, engancha panecillos con celo transparente hasta colgar de la pared la barra de pan más larga que jamás se ha visto. Humor con dulce violencia Humor. A veces tengo la sensación de que el arte polaco se puede distinguir en el humor del arte del resto del mundo. Es irónico, irreverente, (anti)consumista y sin embargo a menudo tiene que ver con banalidades. Los valores en él están perfectamente devaluados y parece que así tiene que ser aún más entretenido. Es asombroso que en un medio así se pueda conservar la salud mental. Quizá en eso se parezca al humor checo. O al menos al mito sobre él mismo. Para el artista polaco, el humor también se ha convertido en un mito y sólo con dificultad se puede evitar. Janek Simon no se defiende del mito, sólo lo enriquece con una especie de conciencia subliminal y dulce, de violencia realizada. Puede ser realizada sobre nosotros y podemos realizarla también nosotros. La videoinstalación Carpet Invaders (2002) parte de la decoración abstracta de una alfombra del Cáucaso, pero funciona como clásico juego de acción en el estilo primitivo y conciso de los años 80. El grato recuerdo de un pasado reciente de los juegos de ordenador se confronta con la creciente idea colectiva que relaciona lo “islámico” con lo “peligroso” y “violento”. Es incluso chocante el parecido con las mantas que surgieron durante la ocupación soviética de Afganistán: sus formas son Kalashnikovs, granadas y helicópteros. Aún más elocuente es el último juego de ordenador de Simon, Total Chess (2004). Se juega en una pequeña mesa, y las figuras de ajedrez estallan durante el juego. “El deporte más tranquilo” se convierte en una metáfora de la lucha en la que se basa. Igual que la dirección de una guerra se suele comparar con una partida de ajedrez. Estos trabajos tienen una relación concreta con la actualidad y con la paradoja de nuestro comportamiento. Nos consagramos a simuladores de violencia, seguimos violencia indirecta, es nuestra debilidad. Y a la vez, le tememos, nos da miedo mirarla de reojo. Las redes neuronales no nos permiten entender la violencia para que la “liquidemos”. Simon nos ofrece un claro paralelismo entre el hedonismo virtual y el mundo real. Ya es cosa nuestra cómo nos pongamos a ello. También podemos acribillarnos a balazos hasta acabar el juego.
01.03.2005
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